No enmudecieron de pronto. Nos robaron sus voces. Su ausencia es la daga que nos mantiene expectantes, atravesadas.

Como prendidas en el aire las esperamos; las esperan sus hijos, hijas, madres, hermanas, abuelas.

Están sus imágenes, está la violencia de ese día, el día que fue la última vez de todo: del abrazo, del “dale ma, nos vemos en un rato”, de esos jeans con el bucito gris, del beso que aún habita en una frente que se agrieta, esperando.

El recuerdo de cada gesto se fija en la memoria. La imaginación trata de reconstruir ese rostro que se desvaneció un día cualquiera, sin motivo aparente.

La emergencia de la búsqueda es eclipsada por la cultura de la impunidad. Esa que se extiende como enredadera en nuestras vidas en la medida en que no asumimos lo que hay detrás de cada desaparición de mujeres a lo largo y ancho del país.

No desaparecieron, no se evaporaron, aunque sus nombres estén en el registro de personas ausentes. Pareciera que fueran sombras las que reptan, secuestran, torturan, violan, matan. Pero no lo son. Son personas de carne y hueso, la mayoría hombres, que saben dónde están, que no hablan porque sus mandatos no son cuestionados aunque tengamos una flamante Ley de Prevención y Combate de la Trata de Personas.

En cada número que consignan los registros de “ausentes” hay cientos de vidas en suspenso. Las desaparecidas en democracia son víctimas de un sistema prostituyente, esclavista, voraz, impune, que cuenta con las complicidades necesarias para mantenerse. Rita Segato ha escrito con vehemencia: “El agresor y la colectividad comparten el imaginario de género, hablan el mismo lenguaje, pueden entenderse”.

Hoy, en el Día del Detenido Desaparecido, opto por hablar de nuestras desaparecidas en democracia. Pero no por obviar la lucha incansable en busca de verdad, memoria y justicia, sino para visibilizar la contemporaneidad de las desapariciones y las búsquedas, la comunión en el infortunio; lo que constituye la esperanza de un posible encuentro, conforme pasa el tiempo, se convierte en tragedia, dolor, duelo. También se comparte la vivencia de lo que significa la impunidad en democracia.

No hay pistas, y los pocos rastros los disuelve el tiempo. Los operadores que conforman una densa burocracia no tienen sensibilidad, o no entienden de qué va la búsqueda desesperada de las y los familiares. En un cajón están las pocas pistas que conectan los pedazos de historia. Invitan a familiares a que investiguen ellos, a que consigan pruebas, a que sostengan altivamente y con fuerza el coraje que le falta a la institucionalidad para investigar, buscar, desarmar la trama.

¿Qué hay detrás de cada desaparición?

La dictadura del proxenetismo sabe reptar en los regímenes democráticos.

Las mujeres son detenidas por ser mujeres, son secuestradas para ser explotadas sexualmente, están en algún sitio, en algún paraje, o no resistieron la crueldad de sus verdugos y sus restos yacen en alguna parte.

Tragamos la amargura del suspenso.

¿Dónde están nuestras gurisas?

Dónde están los eslabones que permiten visibilizar la emergencia del grito desesperado que pregunta, aún sabiendo el silencio que viene después: ¿dónde están? ¿Dónde estás?

publicado en la diaria

 

Palabras de Nancy Baladán, madre de Milagros Cuello Baladán, ante el Parlamento uruguayo.

“Busco a mi hija perdida desde diciembre de 2016. He recorrido muchos lugares, muchos departamentos. No he tenido la ayuda de las autoridades. Hay personas indagadas que no son capaces de conducirlas al juzgado. Se ha pedido expediente a Personas Ausentes que no han entregado.
Estoy hablando de un año y siete meses, no de un día o un mes.
He tenido que hacer la búsqueda sola, sin la compañía de la Policía.
Sé dónde pasan a las botijas, porque son mentira las fronteras.
Las fronteras están abiertas. Las fronteras las crucé por la playa. Yendo a Salto, las fronteras las cruzás por la playa, derecho a Buenos Aires. Baja la marea y cruzás caminando”.