Apuntes por el derecho a la ciudad

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Escribo como forma de explicar mi transtierro, para entender por qué esta ciudad me habita como ninguna otra, para vengarme de los lugares en los que no existo, de esos otros territorios que extraño, aunque me esmere en negarlo.

Nací en una ciudad que es caos y color, habitada por 21 millones de personas, donde el tránsito obtura los sentidos, un gigante sin calzadas, de ciudades subterráneas; y volví a nacer 24 años después, en una ciudad portuaria que es cielo y agua.

Montevideo apareció en mi vida como una ciudad-aldea, como un lugar de encuentro, de tránsito y proximidad, de pasos peatonales no decorativos.

La recorrí sin tapujos ni prejuicios heredados. Despojada, con la capacidad de asombro de una niña la fui descubriendo. Cada lugar aparentemente “común” lo miraba extasiada como un descubrimiento soñado:

las tipas alfombrando las calles,

la rambla que va cambiando de nombre conforme avanza como el lomo de una culebra,

las movilizaciones por 18 de julio -la avenida memoriosa-,

las baldosas flojas, los vestigios del tranvía, los plátanos y la curva de Maroñas,

los cuernos de Batlle, la plaza Cuba anunciada- como nadie- por el chófer del Ómnibus;

la lluvia eterna, el gris perpetuo, el sol naciente;

el cielo sin reservas, el agua como imperio, el viento tragándome,

la gente inundando los espacios públicos, organizadas, arengando, bailando, saltando, porque somos orientales.

 

Pero los recorridos, las calles, las postales, los lugares que pienso podrían seducir a cualquier transeúnte, esta ciudad que me enamoro, no se “entrega” de la misma forma a todos sus habitantes; los verdaderos extranjeros son aquellos que no ejercen su ciudadanía en la medida que no disfrutan plenamente de sus derechos fundamentales, en la medida en la que la ciudad, de una u otra forma, les es negada.

Deyecciones, abyecciones del espacio urbano, ¿quiénes son las personas sin ciudad?

¿cómo devolvemos la ciudad a quienes no la tienen? ¿Cómo restauramos efectivamente el sentido de ciudad, en tanto escenario de encuentro para la construcción de la vida colectiva? ¿cómo le cerramos el paso a los modelos de ciudad que apuestan a la concentración de la renta y el poder, que producen segregación social y espacial, que privatizan los bienes comunes del espacio público?

Montevideo no ha logrado salir invicta de los procesos que favorecen la proliferación de áreas urbanas en condiciones de pobreza, precariedad y vulnerabilidad; los desalojos masivos y la segregación social están inscriptos también en la memoria de esta ciudad.

He sido testigo de la más burda expresión del capital por sobre el derecho a permanecer: he visto especuladores inmobiliarios negociando, presionando, intimidando y repartiendo billetes a familias enteras a cambio del “desalojo pacífico y expedito” de bienes inmuebles ocupados en la Ciudad Vieja.

Son diversos los efectos de la exclusión espacial en una ciudad que es lógica y no mítica como está.

Al decir de Jean-Luc Nancy “lo mítico se da a sí mismo sus condiciones de posibilidad; lo lógico no se da ninguna, o se la da hasta el infinito. El sentido debe ser proyectado allí, no es recibido. En consecuencia, la ciudad se forma primero en la circulación, el intercambio, el proyecto, la proyección (…) es una convergencia, una combinación antes de ser una institución, una constitución, una figura”. (2)

Entonces, todo lo que sucede aquí, circula, fluye, obtura, ¿es parte de lo que somos?

Montevideanos sí, montevideana también, pero ¿donde convergemos? ¿cuál es nuestro punto de encuentro?

* * *

Somos un país al que le gusta la idea de integrar, de amar la diversidad, de sentirse representado por una pared pintada que da la bienvenida al “extranjero”, de pensarse multiculturalmente, pero cada vez son más los testimonios que le dan un nombre y una voz al “cosmopolitismo herido” de nuestra ciudad.

A este concepto de Julia Kristeva, Homi Bhabha lo explica como “el otro cosmopolitismo, el cosmopolitismo vernáculo que mide el progreso global desde la perspectiva de la minoría (…) el cosmopolitismo nacido del mundo de las pensiones para inmigrantes y de los cuartos de las minorías nacionales o en la diáspora”. (3)

Los “guetos de migrantes” no construyen ciudadanía.  Muchos “recién llegados” recorren los “espacios comunes” de esta ciudad, pero no forma parte.  Sí caminan por la calle, sí suben a un ómnibus, verán las interacciones de los otros, los “ciudadanos” que tienen su modo de ser y existir y un país para sí mismos. Los labios de esos otros, de esas otras, no tocan ni por error la bombilla del mate del vecino, viejo inmigrante hoy llamado uruguayo.

La emergencia de la movilidad humana en las ciudades contemporáneas nos permite identificar “el otro bien común” que hoy está en peligro, al decir de Zizek: “el bien común de la propia humanidad amenazada por el capitalismo global, que genera nuevos muros y otras formas de apartheid”.

Tan solo en Ciudad Vieja, en los últimos 3 años más de 200 familias conformadas por migrantes han sido desalojadas.  Los procesos de desalojo han sido promovidos por particulares, todos empresarios, inversionistas, especuladores.

El impacto de los daños causados y la incertidumbre generada por estos procesos no han sido medidos ni debidamente problematizados.

Un artilugio xenófobo y muy común hoy en día es vincular la llegada de migrantes con el desborde del estado frente a los déficits habitacionales que vive su población “originaria”.

En el caso de Montevideo, la situación de las personas migrantes que enfrentan problemas habitacionales visibiliza, una vez más, que las políticas de vivienda desarrolladas hasta el día de hoy son insuficientes y deficitarias. No existen políticas de vivienda para personas que no tengan un ingreso mayor que el salario mínimo nacional y al mismo tiempo no existe ningún tipo de regulación del mercado de alquileres (el decreto-ley 14.291 del año 1974(¡!) sobre arrendamientos urbanos, establece que el mercado de alquileres se auto regula por la oferta y la demanda).

El andamiaje normativo e institucional que ampara la noción de que la vivienda es una mercancía sumado a los vacíos de política pública, alimentan a su vez un negocio en expansión: el mundo de pensiones hacinadas, de costos abusivos y exentas de supervisiones.

En este sentido, las alternativas a los problemas habitacionales de las personas migrantes no deben buscarse en los contenidos programáticos de la política migratoria –también deficitaria e insuficiente-; la solución está vinculada a aspectos estructurales de nuestra vida en común, a las prioridades que determinan la distribución de la riqueza, el ejercicio efectivo de la ciudadanía y el consecuente acceso a derechos básicos, como es el caso de la vivienda.

Si soñamos con otra ciudad tenemos que hacernos cargo de las contradicciones que impone la convivencia de una voluntad política que discursiva y animosamente defiende la idea de que la ciudad es nuestro hogar, que habla de participación pero que respeta religiosamente las imperiosas reglas del mercado que exigen la relocalización de familias enteras o que nuestros paisajes sean (re)diseñados en “autoCAD”.

En lo que respecta a la agenda urbana ¿existen suficientes indicios para afirmar que el Estado uruguayo es más un facilitador de la iniciativa privada que un garante de derechos?

¿Cómo se vincula la especulación inmobiliaria y la reivindicación de nuevas formas de propiedad colectiva? ¿cómo interactúa la normativa impuesta por legisladores nacionales que promueve la “limpieza social” para preservar las calles libres de “lumpenaje” -como lo es la ley de faltas- y la expectativa popular de vivir la ciudad como un derecho? ¿cómo se articulan los reclamos de vivienda de los nuevos migrantes, sin que se propicie, con el aval del estado, la construcción de guetos en función del origen nacional de los pobladores?

Creo en el esplendor de Montevideo, pero sobre todo en la conciencia viva de sus habitantes, en la capacidad de alimentar una lucha colectiva, de darnos la mano y conformar los eslabones de una cadena humana que le cierra el paso a los proyectos que niegan CIUDAD. Un movimiento organizado y sostenido por el derecho a esta ciudad está amaneciendo: “nosotrxs somos aquellos a los que estamos esperando”.

 

 

Valeria España es abogada por la Universidad Nacional Autónoma de México, realizó sus estudios de Maestría en Derechos Humanos y Políticas Públicas en la Universidad Nacional de Lanús en Buenos Aires, Argentina y es Doctoranda en la misma universidad. Es Socia Fundadora del Centro de Promoción y Defensa de Derechos Humano y docente e investigadora de FLACSO Uruguay.

 

Publicado en hemisferio izquierdo

Notas

1. Algunos fragmentos de este texto fueron publicados en “Una ciudad a la medida de su gente”, publicación impulsada por la Facultad de Ciencias Sociales (Udelar), FES Uruguay, Intendencia de Montevideo, Noviembre 2017.

2. Nancy, Jean-Luc, “La ciudad a lo lejos”, Manantial, Buenos Aires, 2013.

3. Ver Bhabha, Homi K, “Nuevas minorías, nuevos derechos. Notas sobre cosmopolitismos vernáculos”, Siglo XI Editores, Buenos Aires, 2013.

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